FERNANDO CASTRO FLÓREZ / Almudena Lobera

La mirada reveladora de Almudena Lobera, por Fernando Castro Flórez

No me miras desde donde yo te veo, de la misma forma que hay una disimetría (mitológicamente encarnada por Acteón cazado sin culpa) entre la imposición epifánica y la posibilidad de narrar lo excesivo. Almudena Lobera dibuja actos reflejos, momentos de déjà vu, alegorías de la petrificación medusea. Toda su obra es una poética indagación sobre lo que vemos y lo que nos mira. En una peripecia de viaje espacial trazó, en su exposición en la galería Eva Ruiz (2012) con hilo sutiles marcos geométricos, reconsidera el “parergon” pero, sobre todo, propone una “cartografía” de ese “lugar entre” que es tan perceptivo cuanto hermenéutico. Desde la fotografía digital a las redes cibernéticas, Almudena Lobera señala que, a la manera benjaminiana, la lejanía surge por cerca que se pueda estar. La precisión dibujística no conduce tanto al manierismo cuanto a la revelación de lo infraleve, en una peripecia hacia aquello que podría liberarnos del “procedimiento silencio” que, valga la paradoja, no es otra cosa que el empantanamiento de la aldea global del sujeto vocinglero. En la intervención en el congreso de Roma de 1974, Lacan advirtió que es muy importante para un sujeto no ser siempre visto: “Es absolutamente esencial que el Otro pueda no verlo todo”. En la era del no limits, donde la obscenidad sintomatológica y la vigilancia planetaria imponen la pragmática de un ojo que perfora como si fuera un neutrino, el arte tendría que preocuparse por mostrar y no, a la manera literalista, hacer que todo sea visible. Almudena Lobera, artista de una lucidez e intensidad inusual, conquista y regala un espacio que da que pensar al mostrar lo que nos delimita.

Almudena Lobera, en su proyecto Portadores (realizado en Generaciones 2011 y expuesto el año siguiente en La Casa Encendida), en colaboración con Isabel Martínez Abascal expande, en el sentido de aquella lógica que propuso Rosalind Krauss, su práctica del dibujo para convertir los cuerpos o, mejor, la piel de los sujetos que me atrevo a calificar como deseantes en una superficie efímera y nómada, vitalmente sujeta a un tiempo que está siempre tensado vectorial en relación con el otro. Rosalind Krauss ha indicado que la noción de pluralismo estético debe ser reemplazada por una descripción más eficaz del arte del presente, atendiendo a la noción de index. Se ha producido un pasaje de la categoría de icono a la de index, así como un desplazamiento teórico, donde una estética de la mímesis, de la analogía y de la semejanza da paso a una estética de la huella, del contacto, de la contigüidad referencial: transición del orden de la metáfora al de la metonimia. Sin duda, Portadores es una lúcida modulación de esa práctica indicial que pone en cuestión tanto la autoría cuanto la noción convencional de “propietario” de una obra de arte. Destruido el dibujo original solamente queda una piel tatuada y los documentos de una acción que hibrida, con enorme lucidez, el dibujo, el tatuaje, la dimensión performativa pero también la fotografía y la documentación, planteando una dinámica que tiene que ver con la estética relacional. 

Laplanche y Pontalis observaron que la fantasía no es el objeto del deseo, sino su encuadre. En la fantasía el sujeto no busca el objeto ni su signo: aparece él mismo capturado por la secuencia de imágenes. El punctum es un suplemento, es lo que la mirada añade a toda fotografía, una especie de sutil más-allá-del-campo, como si la imagen lanzase al deseo atravesando la barrera de lo que muestra: la fotografía ha encontrado el buen momento, el kairós del deseo. Los dibujos-tatuaje de Almudena Lobera e Isabel Martínez Abascal no producen tanto un “espacio perverso” en clave voyeurística cuanto una singular extimidad. Han “certificado” encarnaciones, nunca mejor dicho, del arte hipertélico: los cuerpos tatuados trazarán otra idea de arquitectura en la que la deriva deseante es crucial, en un errar allí donde toda posesión es ilusoria.

En uno de los enigmáticos dibujos de Almudena Lobera veo una mano que sostiene una campanilla y debajo la frase: “Actos reflejos”. Ahí puede sintetizarse su inquietante y seductora estética en ese repliegue o, mejor, reflexión que, a partir de elementos mínimos, con gestos delicados, consigue activar la imaginación del espectador. Sin obviedades ni declaraciones altisonantes, ajena a las retóricas de moda, esta artista está desplegando una propuesta de una enorme intensidad regalándonos imágenes que juegan con lo espectral o lo liminar, atrapan nuestra mirada en una piel poéticamente profunda, revelan la extrañeza de la vestidura, afrontan la extimidad. A veces creo que escuchó el suave sonido de aquel objeto sutilmente dibujado por Almudena Lobera pero luego disfruto pensando que es un sueño, una modalidad sinestética del placer, una promesa de algo inaudito o incluso la materialización de aquella definición borgiana del hecho estético como “la inminencia de una revelación que no se produce”. En una ermita diminuta, valga la aparente homonofonía, en Sagunto (en el proyecto Peregrinatio dedicado en el 2012 a la noción de “Sacrificio”), Almudena Lobera meditó sobre las “revelaciones”, esto es, presentó una visión de aquella mirada que intenta fijar algo que deseamos memorable, tal vez, esa misma promesa que el místico nombra como “los ojos que tengo en mis entrañas dibujados”.

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Fernando Castro Flórez

Profesor de Estética y Teoría de las Artes de la UAM. Comisario de exposiciones y crítico de arte. Escribe en el «ABC Cultural». Es miembro del comité asesor del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Dirige la revista «Cuadernos del IVAM».

Imágenes: Cortesía de Almudena Lobera y Galería Eva Ruiz.

 

 
 
 

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