María Virginia Jaua
¿Qué significa editar en internet? ¿Cómo, dónde, de qué manera esto se cumple?
Para responder esas preguntas quizá sea oportuno trastocar el tiempo, quebrarlo, desfasarnos, adherirnos a lo que se nos propone y que en un principio parece imposible: adelantarnos, traer el futuro hasta nosotros para que en un ejercicio de “suspensión”, podamos atrapar el instante en el que pasa un rayo fugaz y sorprendernos:
¡Escribir mañana!
Esta no sería una aporía, sino una emoción que nos permite jugar con el tiempo y con el espacio: ser más veloces, anticipar mensajes del pasado, dejar que el futuro nos mire. Pero más allá del desafío temporal que subyace en este enunciado ¿Qué significa realmente escribir mañana?, sabemos que nuestro estar en el tiempo es una ilusión, y sin embargo hemos asumido vivir en esa incertidumbre y en esa promesa.
La escritura produce su época, o su percepeción de ella y no al contrario. Por lo tanto, el futuro podría hacerse presente en las escrituras y en sus maneras de darse en un tiempo ahora. El futuro de esa escritura, me atrevería a decir, podría ser el que nos estuviera produciendo a nosotros en este momento, haciéndonos estas preguntas que él ha contestado ya. De ahí que el enunciado con el que se quiere invitar a la reflexión esté cargado de sentido.
Cuando se plantea la cuestión del escribir mañana, no se nos está pidiendo, eso creo, hacer una proyección, una suerte de “futurología” o “futurotopía”, sino de hacer una pausa y -sin paralizarnos- hacer una lectura, un análisis de lo que estamos haciendo hoy y cómo en ello ya está, sin que lo notemos, el futuro viéndonos.
Ahí no hay un gran enigma, pienso que ese futuro está ya en lo que producimos hoy y que él ve lo que nosotros no podemos ver, por estar demasiado ocupados “haciendo”, “viendo”, “conociendo”.
Entonces qué significa editar en internet. En primer lugar significa “crear sentido” en medio del caos y del ruido. Significa crear conocimiento, incrementar nuestro saber, producir nuevas epistemes que nos ayuden a adaptar nuestras “formas de vida” a los cambios en todos los órdenes que se están produciendo, de los cuales una gran parte pasa por el devenir tecnológico.
En esa misión, podríamos decir que la edición online cuenta con los mismos recursos que la edición analógica o en papel. Trabaja con ideas, con escritura, con imágenes. En cierta medida esto es cierto, pero por otra parte no lo es. Y voy a intentar exponer en donde podría estar ese desfase, esa diferencia entre una manera de editar y otra.
Para ello, en un primer lugar, me valdré de un conocimiento empírico: mi propio trabajo como editora de una revista de análisis y crítica cultural online, llamada Salonkritik, y de una revista radiofónica en internet, llamada El Estado Mental.
Es cierto que trabajo con textos y con imágenes, al igual que lo hacía o que hago aún hoy en soporte papel, pero a estos puedo añadir sonido, videos, imagen-tiempo, pero también imagen-movimiento, lo cual en el formato analógico no es posible. Pero es que además al vivir en el mundo de las pantallas, esas imágenes, esos textos, podríamos decir que han sufrido una mutación y quizás, es lo que voy a atreverme a exponer aquí, pasan a convertirse en “apariciones”, espectros.
Además, esas nuevas producciones en los nuevos soportes se desenvuelven en un régimen escópico (que antes habría sido exclusivo para la imagen ligada a un soporte material), y ahora ese régimen escópico pasa a la imagen electrónica.
Esta es una de las ideas centrales del libro de José Luis Brea Cultura RAM_Mutaciones de la cultura en la era de su distribución electrónica. En donde aplica un análisis muy lúcido al cambio de régimen entre la imagen ligada al objeto (la imagen materia) y la e-image o imagen electrónica. Lo que me aventuro a traer aquí, a partir de su trabajo, es la idea de que ese régimen rige, por defecto, a todo lo que circula por las mil pantallas y aunque haya distintos tipos y niveles de lectura entre la imagen, el texto y la música, su conjunto -en su devenir online- podría estar determinado bajo las mismas leyes de la imagen… es decir, la del inconsciente óptico.
“Lo que se sabe en lo que se ve”. O aquello que puede ser conocido en aquello que puede ser visto. Así describe el teórico español lo que llama “episteme escópica”. Una estructura abstracta que determina el campo de lo cognoscible en el terreno de lo visible.
Más adelante cuando invierte la fórmula y la conecta con el inconsciente óptico de Benjamin para descubrir que hay algo en lo que vemos que no sabemos que vemos, o algo que conocemos en lo que vemos que no sabemos que conocemos. Algo que la cámara fotográfica ve y que a nosotros se nos escapa. Algo que no vemos y que no conocemos. Esta idea se amplía a un inconsciente óptico, que cobra una enorme importancia en el arte de las vanguardias del siglo XX, en el que muchas de las estrategias artísticas fueron “elucidar”. Y que aún hoy son efectivas para algunos artistas.
La teórica Rosalind Krauss reflexiona sobre esta idea benjaminiana y sobre la hipótesis de que hay algo en lo que vemos que no sabemos que vemos, o algo que conocemos en lo que vemos que no sabemos “suficientemente” que conocemos. A partir de Duchamp las estrategias del arte en su régimen escópico han sido hacernos ver que en la imagen hay aún mucho más que ver, para decirlo de manera “elucidada”. En esos trabajos hay lo que podríamos llamar micropercepciones, indagaciones en el umbral de lo visible.
Digamos que esas estrategias, las cuales también han sido adoptadas por la escritura y por la música, así como por el cine a partir de las vanguardias, además de la imagen, concentran su extraña fuerza política en la energía intensiva que subyace en la oscilación entre el conocer y el desconocer, entre consciencia e inconsciencia.
La episteme escópica es esa presencia extraña de un conocimiento no conocido.
Podría ser la misma energía que emana de la lectura de un poema, dice Brea. Y que de pronto se “activa” en la secuencia de “entrelazado” de micropartículas, que en la edición en internet son el texto, la imagen, la voz como dispositivos de producción cognitiva en el trabajo que puedo realizar yo misma en mis textos, como a la hora de editar los de otros autores cuando dispongo de ellos en un soporte digital.
“Intensidad, intensidad: he ahí una palabra ante la que todavía podría inclinarme” -dice Lyotard: esa energía concentrada en la nueva producción simbólica que subyace en la imagen, la escritura, la música, ese pensamiento interconectado, entrelazado, moviéndose en distintos sentidos al mismo tiempo podría ser productivo, incluso podría ser lo que Brea llama una episteme escópica. Esas zonas que permanecen ocultas, puntos ciegos.
No vamos a ahondar demasiado en esto, pero sí es importante que por lo menos queden claros algunos aspectos de la organización técnico-cultural-cognitiva de lo escópico en Brea, y cómo intuyo que esto subyace en las nuevas producciones de la edición online o cómo podría convertirse aquéllo en algo que tuviera sentido, al menos para mí.
El primero tiene que ver con la memoria. Las nuevas imágenes (y cuando digo imágenes me atrevo a incluir todo aquello que comparece en la pantalla -sé que es osado- y que pueden ser imágenes visuales, mentales y/o sonoras) en sus nuevos soportes ahora se dan en condiciones de “flotación”. Su paso por el mundo es efímero, falto de duración y de soporte. Su modo de ser, es un estar “dejando de hacerlo”. Ellas aparecen bajo la prefiguración del puro fantasma, sombra breve y fugaz.
Estas imágenes son entonces imagen-tiempo, ellas no claman por un durar, un permanecer, una eternidad, sino por la intensidad del tiempo-instante, del tiempo-ahora, el Jetzeit en el que Benjamin le reconocía la potencia mesiánica de la política misma.
Ella, la imagen, ya no es promesa de duración, ni de eternidad. El gran potencial simbólico asociado a nuestra relación con la imagen como la memoria del ser, se ve alterado al cambiar la naturaleza del propio dispositivo.
Aquí, me atrevería a decir que ese fundamento casi meramente mecánico, técnico, material de la imagen ligada a un soporte como los textos, las palabras, el sonido, al pasar al soporte electrónico, flota. Con lo cual se ve alterada totalmente la naturaleza de la disposición mnemónica, el archivo, la memoria del pasado.
La energía simbólica ya no es la de “conservar” nada para la Historia, sino de producirse, de hacerse como una memoria de un tipo distinto, movilizando otras energías simbólicas dentro de unos nuevos órdenes.
Digamos entonces que la edición se encuentra y se produce en una profusión de intesidades interconectadas, y es ahí en donde ella se haría productiva en intensidades: donde tendría una posibilidad: la de convertirse también en una suerte de “escritura”, en fuerza productora de simbolicidad bajo esas nuevas condiciones, esos nuevos dispositivos.
Una nueva forma de escritura en pantalla como una nueva episteme escópica: una nueva forma de conocer aquello que excede el propio conocimiento. Y que puede ser autorreflexionante en su propia práctica, lo cual equivaldría a decir que esta escritura también posee una potencia crítica.
Y una potencia ensayística, en el sentido de ser ella misma ensayo de sí, de su decir en otra lengua y en otras maneras de ser leída…
Escritura como producción de un saber que reconoce que algo se le escapa y que anhela descifrar. Escritura interconectada, fragmentada: escritura instante: fuera del tiempo. Escritura como potenciadora de los afectos: creadora de comunidad. Como producción de sentido y de emancipación. Como fuerza política, implicada en los cambios y con una consciencia crítica de ellos.
Escritura que sabe muchas lenguas, muchos lenguajes, que los incorpora, que los acoje, que sabe que ella ya es distintos lenguajes a un mismo tiempo. Escritura que también reconoce un no saber, una veladura, una falta, algo a lo que quizá nunca podrá acceder y que, sin embargo, persigue. Escritura Psi (parte de ese enorme inconsciente que podría ser la Red que la produce), que en el formato electrónico se realiza su aparecer fantasmal. Escritura que escapa a la lógica del tiempo y que puede escribir para mañana, o incluso escribirnos a nosotros desde ahí.
También, por qué no decirlo, escritura como lugar para la hospitalidad, para lo conocido y para lo que no nos es dado conocer… Obligada a un régimen de interlectura… Escritura, insisto, como una nueva episteme escópica: la de nuestro tiempo.
Sé que lo que propongo es ambicioso y provocador. Sé que corro un riesgo. Pero he decidido asumirlo. No he venido a dictar una conferencia, por lo menos no en el sentido tradicional de la palabra: no llego aquí con la “autoridad” de un saber adquirido, legitimado y fijado por la institución, el cual quiera imponer, hablo desde un lugar sin centro, no marginal sino extraterritorial. Mi intención al venir, al igual que lo hago en mi trabajo como escritora y editora de revistas de intensidades, diría en el sentido de Lyotard, es hacer esas preguntas, intentar que las palabras sean performativas, que hagan lo que dicen, que intenten cumplir su promesa.
Que de alguna manera sea nuestra guía la posibilidad de una “verdad” (entre comillas) o el desocultamiento del saber, su aletheia, pero también su intento, su estrategia, incluso su imposibilidad.
Creo que asumiendo ese compromiso político de la escritura y la edición, es la única manera en la que la escritura o el arte podrían producirse, o se producirían ya desde ese futuro que nos lee, tal como les he dicho antes. Asumiéndose en su avance a ciegas, en el saber de algo que se nos escapa, de su incompletud, pero sin abandonarse a él. Oponiéndole un trabajo, una reflexión, una distancia, un desfase temporal como el que intentamos aquí.
No tenemos nada que perder haciéndolo. Nuestro estar en el mundo se sostiene a duras penas sobre un principio de incertidumbre. También a ello debemos adaptarnos, debemos hacer fuerza de flaqueza. Nuestro lenguaje no es más el de la “autoridad”, no puede serlo. Nuestro estar en el mundo, sólo puede partir de la pregunta, del ensayo, de la prueba, de un anhelo. Pero también de la implicación en la construcción de nuevas epistemes aunque sepamos de antemano que son frágiles, que son efímeras, que nadan en un océano de cháchara y sin sentido.
Pero a pesar de ello, quizás alguien las haya encontrado en medio de todo ese “estruendo” y haya podido leerlas ayer o pueda leerlas mañana y que al final haya alguien para quien estas epistemes resuenen, cobren sentido: hablen.
Ahí, en ese lugar incierto, en el de esa pequeña posibilidad, es donde escribir y editar se tocan: en su darse como una nueva forma de “escritura” en la que por vía tecnológica, el escribir perdería “integridad” para ganar en líneas de fuga, en producción de sentido múltiple y multiplicado por medio de la imagen, la música y la palabra.
La escritura produce su época, o su percepeción de ella, y no al contrario, como ya hemos dicho. Por lo tanto, el futuro se hace presente en las escrituras y en sus maneras de darse en un tiempo ahora. De ahí que el enunciado con el que se ha querido invitar a la reflexión y que hemos intentado elucidar, en una suerte de ejercicio autoflexivo, sea válido y lo siga siendo en el futuro, en ese mañana que algunos no alcanzan a imaginar. De ahí el sentido de seguir haciéndonos ésas y otras preguntas.
El futuro que se nos hace presente por la vía tecnológica, viene también cargado por muchos y profundos cambios de paradigma, que probablemente no sea otro que ese de convertirse en una posibilidad más de conocer y que la edición online sea aquéllo en donde está dado ese saber que se nos escapa, de elucidarse en este nuevo mundo que se está construyendo con sus nuevos soportes, sus nuevas formas de distribución, de consumo y de su economía, también claro de hacer política.
Todo ello también viene marcado por el signo de la entropía, es decir, por la pérdida de “integridad”, quizá la misma que hace que el universo se expanda. Aquí la integridad no sólo estaría considerada como un valor moral o ético sino como un valor físico de la materia, de la energía. Ese expandirse, ese terreno que pierde cohesión y que viaja quizás hacia la “desmaterialización”.
Ese cambio en la construcción de nuestra cultura resulta imposible de predecir, y sin embargo es algo que ya se manifiesta, que es palpable, en él estamos inmersos y para él trabajamos. No sólo nuestra manera de escribir está cambiando o ha cambiado ya, sin que nos hayamos dado cuenta; sino nuestra manera de leer, nuestra manera de “editar” o lo que es lo mismo: de dar a la existencia nuestra propia subjetividad, nuestro propio ser.
Qué podrá ser entonces “Escribir mañana”:
Quizás, escribir mañana sea editar las intensidades hoy, editar el desajuste, el desfase entre lo visible y lo cognoscible, entre lo que nos es dado ver y lo que nos es dado conocer y en lo que sabemos que aún no hemos alcanzado y que anhelamos que comparezca por la vía de lo que podría ser el arte y la tecnología: pura intensidad.
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Este texto es una versión editada de la charla que se presentó en el Museo Universitario del Chopo el 13 de marzo en México Distrito Federal en el marco del coloquio Escribir mañana organizado por Philippe Ollé-Laprune.
María Virginia Jaua (Madrid, 1971) es editora, escritora y traductora. Ha vivido y trabajado en Caracas, Ciudad de México, París y Madrid. Estudió comunicación en la Universidad Central de Venezuela, Letras hispánicas en la UNAM y un posgrado de Letras Modernas en la Sorbonne. Ha desarrollado y colaborado en diversos proyectos editoriales ligados a la literatura y al arte y es en el entrecruce de ambas disciplinas en donde centra su trabajo. Actualmente dirige la revista de crítica cultural on line Salonkritik, es redactora jefe de la revista Estudios Visuales y editora de contenidos en el proyecto artístico sonoro El Estado Mental Radio.
Imagen: Cortesía de María Virginia Jaua.
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