‘Veteranía y juventud: Mozart vs Wagner’, por Mario García

Recientemente Madrid ha sido escenario de la presentación de dos óperas que suponen polos opuestos, la madurez representada por Mozart en su penúltima ópera frente a la juventud de la “última” ópera romántica de Wagner. Mozart nos dejará todo su legado en La flauta mágica (Die Zauberflöte), una gran carta de aprendizaje acerca de la vida. Richard Wagner nos narrará la desdichada y trágica historia de El holandés errante (Der Fliegende Holländer), antes de adentrarse decididamente en el drama musical, Gesamtkunstwerk, la ópera entendida como la obra de arte total por excelencia.

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“Los rayos del sol hacen desaparecer la noche, el poder subrepticio e hipócrita ha acabado, está totalmente destruido […] la fortaleza del espíritu ha vencido, y como recompensa, corona a la Belleza y a la Sabiduría con su corona eterna”, son las palabras del coro final en La flauta mágica, una obra en la que Mozart nos enseña que la luz prevalecerá sobre la oscuridad, representada por la Reina de la Noche y Sarastro, a través de la constancia, la valentía y la paciencia. Estos son algunos de los valores que Mozart nos muestra a través de los personajes de Tamino y Papageno, quienes vencerán la maldad para conseguir el amor.

La producción que se ha podido ver en el Teatro Real procede de la Komische Oper de Berlín, bajo la dirección de escena de Suzanne Andrade & Barrie Kosky, quienes transforman el escenario en una gran pantalla de cine sobre la que se proyecta una “película” muda, al estilo del cine de los años veinte. El resultado final es una puesta en escena muy divertida y, sobre todo, efectista ya que consigue extraer el componente infantil que Mozart le quiso impregnar a esta obra. Así, las escenas hiperrealistas se suceden rápida pero adecuadamente al compás de la música y la trama. Quizás el único inconveniente que podemos achacarle es el estatismo de la puesta en escena, llegando a ser aburrido desde el punto de vista actoral y escenográfico (a telón echado durante la obertura o en la escena final coral). O la pantalla como único elemento sobre el que se proyecta esta película, que la convierte a veces en predecible. Muy buena la actuación de la orquesta y del coro (excelente como es habitual) – titulares bajo la batuta de su director principal, Ivor Bolton- que supo acompañar adecuadamente a los cantantes en sus intervenciones.

En otro escenario bien diferente, el Auditorio Nacional de Música, asistimos a la interpretación de una ópera completa en versión semiescenificada, que llevaba veinticinco años sin representarse a cargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España. Frente a la comedia representada por Mozart, Wagner nos presente una historia trágica: el holandés que es condenado a navegar sin rumbo por el océano y sólo cada siete años podrá bajar a tierra para encontrar el amor verdadero que le libere de su maldición (recordemos que la temporada de la OCNE se ha titulado bajo la etiqueta de “Malditos”). Pero la historia tiene un final funesto ya que el holandés creerá haber encontrado el amor verdadero y sincero al conocer a Senta, pero ella le traicionará: “Acabó tu fidelidad ¡y mi salvación!, una vez más me veo empujado a la mar […] ¡Decid adiós a tierra firme por siempre jamás!, ¡Adiós para siempre a mi salvación!” son las palabras que pronuncia el condenado protagonista. Senta jura que siempre le será fiel y como prueba se arroja al mar desde lo alto de un acantilado mientras el barco del holandés errante naufraga y desaparece al tiempo que los amantes se reencuentran en el cielo (con claras alusiones al Liebestod de Tristan und Isolda).

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La actuación de la Orquesta y Coro Nacionales de España bajo la dirección de su titular, David Afkham (quien está logrando que todos los programas que dirige sean de gran nivel), fue formidable. Especialmente excelente fue la intervención del Coro Nacional de España, una agrupación que puede establecer un símil con el barco del holandés errante pues, a pesar de los constantes vaivenes políticos, consigue reponerse y demostrar todo su potencial. Con un reparto de primeras figuras liderado por Bryn Terfel y Ricarda Merbeth, la triunfadora de la noche, se realizó una actuación semiescenificada, mostrando complicidad y capacidad actoral moviéndose por todo el escenario e incluso por el patio de butacas. Interesante propuesta que, acompañada de un atractivo juego de luces y unos pocos objetos como atrezo, consiguió darle dinamismo a la partitura y que el público se metiese por completo en la historia. El resultado final de esta ópera fueron casi 10 minutos de aplausos y ovaciones del público ante esta colosal y apoteósica interpretación.

Un aspecto que urge resolver es el tema de los sobretítulos: al carecer de pantallas sobre el que proyectarlos, el público se ve obligado a intentar leer como puede y medio a oscuras el libreto de la ópera desde sus asientos. Un problema también recurrente en las óperas barrocas del CNDM que se presentan en el Auditorio.

Por Mario García

© XTRart

 

 
 
 

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