Por Carlos Delgado Mayordomo.
La galería alemana Samuelis Baumgarte acoge una exposición del artista Germán Gómez (Gijón, 1972) con trabajos pertenecientes a las series «Compuestos», «Dibujados», «Condenados» y «De padres e hijos». El resultado es un completo mapa de las principales claves de su discurso fotográfico.
La obra de Germán Gómez reflexiona sobre el concepto de identidad y los factores que vertebran la concepción actual del cuerpo. Para ello muestra realidades físicas donde la fragilidad, la incertidumbre y el cuestionamiento de un yo homogéneo apelan a cuerpo desplazado hacia lo discontinuo y lo indefinible.
A lo largo de su trayectoria, Germán Gómez ha plasmado un sujeto masculino desobediente a la normalización sexual (los retratos de amigos transfigurándose en mujeres de «Igualito que su madre»), extraviado en una piel ajena («Compuestos», 2004) o desmaterializado parcialmente («Dibujados», 2006). Pero también la fotografía es su manera de escribir un diario personal; la representación del cuerpo ajeno articula implícitamente la actitud del artista hacia el suyo propio y, finalmente, cada uno de sus trabajos acaba convirtiéndose, de una manera o de otra, en un autorretrato.
En la serie «Condenados» (2008) el artista partió del reto de adaptar los personajes del Infierno de la Capilla Sixtina sin caer en una mera revisión en clave contemporánea; para ello, partió de las herramientas que habían ido forjando su discurso (la combinación de fragmentos de fotografías pertenecientes a personas distintas, el empleo del hilo como herramienta que une y separa la materia), elementos a los que sumó una mayor libertad expresiva en la composición de la imagen y una profunda indagación acerca de la relación del yo con la figura del otro. Sus condenados lograban así establecer una seductora coreografía corporal que traducía una verdad anatómica y psíquica múltiple.
En la serie «De padres y de hijos» (2010) volvió a subvertir el estatuto psicológico del retrato clásico mediante la mirada fragmentada, los cuerpos heridos y los perfiles enhebrados. Al mismo tiempo, este trabajo planteaba una reflexión sobre el tiempo y la memoria vinculada a unos hombres unidos por la complicidad de los afectos. La emoción del encuentro con el otro es, tal vez, uno de los ejes centrales de la obra de Germán Gómez.
En su obra, el cuerpo se presenta como un ámbito abierto, roto, enhebrado y fluyente. ¿Qué implicaciones tiene esta poética en su aproximación a la idea de identidad?
Trabajar con fracturas de diferentes piezas de rostros fotográficos, coserlas con esas cicatrices metafóricas, superponerlas o incluso remacharlas cuando se trata de imágenes que están impresas en láminas de hierro, no es aleatorio. Todo responde a esa idea de construcción de la identidad, que muchas veces no es algo fácil y que incluso llega a dejar “marcas” que en mi obra se traducen en las costuras, huecos, rasgados, sombras…
Una de las características de su obra es la existencia previa de una relación de complicidad entre dos sujetos: el fotógrafo y el retratado. ¿Qué aporta este hecho a su manera de trabajar?
Siento que mi trabajo se enriquece cuando existe esa complicidad entre el modelo y el fotógrafo, creo que aporta mucha más carga biográfica al proyecto. Ellos saben el sentido de la fotografía para la que están posando, saben lo que significa para mí y su generosidad enriquece el trabajo.
Ha señalado en diversas ocasiones que la fotografía es su manera de escribir un diario personal. Sin embargo, en su producción no está presente el autorretrato en un sentido estricto. ¿Cómo articula ambos conceptos?
Toda mi obra es autobiográfica. Soy yo el que está detrás de cada retrato, aunque este no sea el mío, pero ahí es donde creo se encuentra el verdadero sentido. Personas cercanas a mí ceden sus rostros para hablar de mi vida, hablar de sentimientos que aún naciendo de mí, no dejan de ser universales (la pasión, la muerte, el amor, la enfermedad, el desamor, la creación, la familia…). Pienso que el hecho de que sean ellos, a través de su piel los que escriben mi diario, ayuda a que la obra tenga una lectura más global.
En ese sentido, creo que es especialmente reveladora su serie «Fichados-tatuados»: en ella, contaba su propia historia a través de iconos claves en su biografía que aparecían tatuados en el cuerpo de los cincuenta retratados.
Sí, esta es la serie con esta idea de “autorretrato” más evidente. Cincuenta momentos importantes de mi vida narrados cronológicamente en medio centenar de imágenes plasmadas a modo de tatuaje en la piel de cincuenta personas cercanas a mi vida. Siendo sus pieles el soporte de ese diario figurado.
El universo represivo de «Fichados-tatuados» encuentra su continuación en la serie «Condenados», donde están presentes las ideas de culpa y dolor aunque, tal vez, matizado por la sensualidad de esos cuerpos coreográficos. ¿Qué le llevó a tomar como punto partida la obra de Miguel Ángel durante su estancia en Roma?
Su biografía, la vida de Miguel Ángel, no como el gran genio que todos conocemos sino como el ser humano que era, con sus miserias, sus miedos, sus heridas… Fue en sus poemas, sus cartas, en las biografías escritas sobre él, donde sorprendentemente me encontré con un hombre que plasmaba en su obra sus deseos, sus frustraciones… El día que pintando su autorretrato en el pellejo de San Bartolomé escribió un poema en el que decía que no se sentía ni buen artista, ni buen cristiano, que se veía como un pellejo sin carne ni huesos completamente condenado. Esto me hizo pensar en todas las veces que me han hecho sentir condenado y por ello comencé a fotografiar a personas cercanas que la sociedad les había hecho sentir condenados sin tener ninguna culpa, en las mismas posiciones que los “condenados” de Miguel Ángel en la Sixtina.
«Años 30», su última exposición individual en Madrid, era una suerte de diario en imágenes, un recorrido emocional a través de la memoria y los recuerdos compilados durante una década. ¿Qué conclusiones pudo extraer de este trabajo?
Con esta serie, sobre todo he sido consciente del paso del tiempo y de las muchas personas que han formado parte de mi vida, de los huecos que van quedando y de lo frágil que es mi memoria… Si no fuese por las fotografías muchas historias las habría perdido…
Acabamos de ver una selección de los trabajos de la serie «Años 30» en la feria JustMad4. ¿Cómo valora esta experiencia y qué opina de las ferias de arte que acaban de celebrarse en Madrid?
El mercado del arte puede sorprender, gustar u horrorizar, pero no queda otra que aceptarlo si quieres vivir de la creación. Cada vez intento mantenerme más distante de todo este mundo, no es un medio en el que me encuentre a gusto. Prefiero, sin duda, la soledad del estudio.
En los últimos años ha expuesto su trabajo en Estados Unidos, Colombia, Brasil, Argentina, Guatemala, Reino Unido, Suiza, Finlandia, Dinamarca, entre otros países. A partir de esta experiencia, ¿qué echa en falta dentro del circuito del arte actual en España?
Supongo que dinero para que haya más inversión en cultura…
Su destino inmediato es Filadelfia. ¿Puede adelantarnos algunos de sus próximos proyectos?
Estoy viviendo un año en Estados Unidos por una residencia que me ha concedido la galería que me representa allí. Como ocurrió en Roma, la obra será fruto de la experiencia vivida allí, por lo que ahora estoy impregnándome de todo aquello, viviendo con intensidad esta nueva experiencia.
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