Virginia de la Cruz Lichet: «Veo la belleza en las fotografías ‘post-mortem’, el amor y el cariño que sus familiares transmiten hacia el difunto»

Foto_Virginia

Irene Aniorte Cánovas

Francesa de nacimiento pero madrileña de adopción, Virginia de la Cruz Lichet (Chartres, 1978) es profesora de Arte Contemporáneo e Historia y Teoría de la Fotografía en la Universidad Francisco de Vitoria. En el 2010 presentó su tesis doctoral sobre los Retratos fotográficos post- mortem en Galicia (siglos XIX y XX), siendo pionera en un campo en el que, en España, nadie se había atrevido a explorar. Autora también del primer libro que se publica en nuestro país sobre retratos de difuntos, El retrato y la muerte (Temporae), es coleccionista de estas instantáneas que tanto estuvieron de moda en el siglo XIX y principios del XX para no olvidar a los fallecidos.

Desde el 6 de febrero y hasta el 29 de marzo, algunas fotografías adquiridas por Virginia pueden verse en la galería madrileña Rafael Pérez Hernando bajo el título El retrato y la muerte. Historia de una colección de fotografías post- mortem.

¿Qué es lo que más te atrae de la fotografía post-mortem? ¿Hay algo que te repele de ella?

Una de las cosas que más me atrajo en su día (quizás menos ahora) fue el intento de entender el por qué de estos retratos. Cuando ahora hablo de ellos a personas que, como yo en su día, no saben de esta tradición, procuro que encuentren la misma curiosidad sana de buscar el sentido de aquello en lo que no hace tantos años nuestros antepasados ponían tanto empeño en poseer: un retrato de sus difuntos. Lo que más me puede repeler de ella, puede ser la imagen que a veces se hace demasiado dura para nosotros, ya que ya no sabemos mirarla como entonces. Pero quizás he llegado a ese punto en el que más que ver lo que todo el mundo, es decir esa crudeza, veo la belleza de cada una de ellas, ya que lo que finalmente nos transmiten es el amor y el cariño de sus familiares hacia el difunto.

¿Por qué crees que la práctica de fotografiar a «los seres queridos» dejó de producirse ya adentrado el siglo XX?

Esta práctica dejó de producirse por razones de cambio social. Antes, los cementerios estaban en el centro del pueblo, ahora los tanatorios suelen situarse extrarradio; es lo que Görer tituló en su artículo como la pornografía de la muerte. Ese cambio que se produjo entre el siglo XIX y el XX, en el que dejamos de hablar de la muerte y empezamos a hablar del sexo sin reparo. Ahora bien, la práctica parece en desuso por varias razones. Por un lado, el descenso de la mortalidad en general -e infantil en particular-; y, por otro, por el traspaso en un primer momento del encargo al fotógrafo por la realización del retrato por un miembro de la familia que, con el tiempo, dejó de hacerse a su vez. Por otro lado, en una época en la que estamos inmersos en la iconosfera y la videosfera, es decir, en el mundo de la imagen, ¿qué sentido tendría conservar un retrato de muerto, teniendo prácticamente toda su vida en imágenes?

Estadísticamente había más demanda de fotografías post mortem infantiles que de adultos. ¿A qué crees que se debía?

La proporción de retratos post-mortem de niños es mayor que de adultos, sobre todo porque la tasa de mortalidad era elevada. Sin embargo, las razones de ser de cada tipología son distintas. Aunque todos los retratos post-mortem tenían como primer propósito guardar la memoria del difunto y recordarlo, en el caso de los adultos, en ocasiones, se hacían por otras cuestiones más administrativas y notariales.

¿Son fotografías anónimas o incluso la monarquía disfrutaba de estas posesiones?

Esta tradición de conservar el rostro del difunto se empezó haciendo con los retratos pictóricos, las esculturas o las máscaras mortuorias, siempre en el caso de personajes de la monarquía o de familias nobles. Con el tiempo, y con el nacimiento de la fotografía, fueron también reclamados por la burguesía y clases más humildes, haciendo de esta tradición algo mucho más generalizado y democratizado.

¿Las realizaban particulares o talleres fotográficos?

Habitualmente estos encargos se solicitaban al fotógrafo que trabajaba en la zona y que solía tener allí su estudio fotográfico, pero que, para estos casos, se desplazaba para la toma fotográfica.

¿En qué región de España has encontrado más imágenes de este tipo? ¿Eran más populares en las aldeas y pueblos que en las grandes ciudades?

No podría decir en qué región hay una mayor producción ya que mi tesis doctoral se centra en Galicia, con lo que puedo hablar en exclusiva de esta zona -aunque conozco y tengo constancia de fotografías en otras comunidades-. Sin embargo, puedo aventurarme a decir que seguramente haya una gran producción en muchas de las regiones españolas, pero que aún están por descubrir. En mi caso me interesó mucho más indagar en las aldeas y pueblos que en las ciudades. El fotógrafo de pueblo, o de una zona rural, tenía mucho mérito, ya que trabajaba con muy pocos medios técnicos, debía optimizar al máximo sus recursos y debía satisfacer las demandas de un cliente que, por otro lado, podía empeñarse para pagar el funeral y la fotografía o reportaje fotográfico, con lo que mucha era la responsabilidad del fotógrafo rural y mayores las dificultades con las que se podía encontrar. En todo caso, fuera cual fuere el fotógrafo, si de ciudad o de pueblo, el mérito era inmenso ya que consiguieron solventar una necesidad vital para la sociedad de aquellos años y consiguieron dejar un legado importante de esta tradición.

¿Por qué crees que el coleccionismo de este tipo de fotografías no está muy difundido en España? ¿Qué se podría hacer para fomentarlo?

Existen pocas pero valiosas colecciones de fotografías de difuntos, tales como el Archivo Burns por ejemplo. Una espectacular colección cuyo archivo ya tiene publicados varios libros. Existen piezas coleccionadas en algunas colecciones españolas, pero pocas dedicadas en exclusiva a esta temática. Sin embargo, son imágenes cotizadas en el mercado de la fotografía antigua. Fomentar este tipo de colección me resulta algo absurdo ya que una colección de estas características solo responde a un deseo profundo de querer preservar, con el mismo ahínco, lo que en su día unos padres buscaron al realizar este encargo fotográfico: conservar la memoria. Así pues, en esta labor de recuperación de una tradición, hoy olvidada, existe una participación activa en primera persona de este acto memorístico y de restitución, casi arqueológico, en el que la colección se convierte en un nuevo culto a la memoria con su nueva historia autobiográfica.

 
 
 

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